Sin
embargo no puedo dejar de pensar que uno no elige su historia, pero puede
elegir si contarla o no. Pero, ¿negarla? ¿Eso?
Ese acto
se almacena en partes de nuestro propio cuerpo, y se hace manchas, enormes, que
a veces salen a superficie, empiezan a tener patitas y entonces, caminan. No
vuelven a desnudarse, y caminan. Empiezan a hablar, a ser otro. Poco a poco
empiezan a tener contextura, tacto, o falta de. Y caminan.
El roto
se olvida a veces del día en que se rompió en dos, del momento en que su mente
y cuerpo se separaron. Y otras, simplemente, tiene que empezar a sig-sagear el
recuerdo. O, en el peor o mejor de los casos, se lo entierra.
Y no hay
historia que contar.
Y el
roto, como si fuera mágia delante de los ojos, sobrevive, aunque de vez en
cuando le titila un ojo, cojea la pierna izquierda, y en su pecho la incertidumbre
(del roto), empieza amenazarlo.
Pero sig-sagea. Y, gana otra vida, se salvó el, alguna vez, ahogado.
Vive mientras intenta que no viva el recuerdo de que alguna vez murió y se enterró. O lo mataron, o lo enterraron.
Pero sig-sagea. Y, gana otra vida, se salvó el, alguna vez, ahogado.
Vive mientras intenta que no viva el recuerdo de que alguna vez murió y se enterró. O lo mataron, o lo enterraron.